Catálogo Taisho, Volumen
50, nº 2046.
Traducido al chino por el maestro de las Tres Cestas[1],
Kumarajiva, de Kuchan, durante la última dinastía Quin (384-417).
El Gran Maestro, el Bodhisatva Ashvaghosa, fue el discípulo
del Anciano Pārsva.
Cierta vez, el Anciano Pārsva estaba profundamente
preocupado por la suerte de la doctrina del Buda[2].
Entonces, él entró en una profunda absorción meditativa[3], y
contempló: “¿Quién puede soportar la carga de la renuncia a la vida en familia,
proclamar ampliamente el Sendero de la Perfección, e iluminar a los seres?”
El vio que en India Central había un asceta herético que
poseía una inteligencia fuera de lo común, que era elocuente, y que estaba
lleno de conocimiento mundano. El sobresalía en el arte del debate, hasta el
punto de que anunció: “Si algún monje[4] es capaz
de debatir conmigo, que golpee haciendo sonar la campana[5]. Si no
hay nadie capaz de hacerlo, entonces la campana no debería de ser sonada en
público; y nadie es digno de recibir las ofrendas de la gente.”
Entonces, el Anciano Pārsva partió desde el norte de India
en su camino hacia India Central. En la ciudad de Sakya encontró a un grupo de
ascetas a lo largo de la carretera. Ellos se mofaron de él diciendo:
“¡Venerable Anciano, entréganos tus las sandalias!”, pues uno de los ascetas no las llevaba. Sin ninguna
razón, ellos lo acosaban incesantemente, y de diversas formas. Pero el Anciano
Pārsva no se alteró, y no perdió su calma.
Uno de los ascetas que estaba bien entrenado reconoció la
amplitud del discernimiento del Anciano Pārsva, y sospechó que no era una
persona ordinaria. Él le hizo muchas preguntas, examinando cuidadosamente su
semblante. El Anciano Pārsva le contestó a cada una de las preguntas de forma
acorde y exhaustiva, siguiendo en su camino de forma ininterrumpida, y sin
perder un solo paso. Su contenido y su comportamiento eran profundos y vastos;
el no permanecía confinado en lo cercano y estrecho. Todos los ascetas llegaron
a darse cuenta de que la virtud del Anciano Pārsva era ilimitada y profunda,
imposible de sondear. Ellos le rindieron homenaje doble, y le ofrecieron sus servicios
antes de despedirse.
Acto seguido, por medio de sus poderes sobrenaturales,
Pārsva se elevó hacia el cielo y se dirigió hacia India Central. Cuando llegó,
paró en un templo y preguntó a los monjes que allí se encontraban: “¿Por qué no
hacéis sonar la campana de acuerdo a la norma?”
Los monjes contestaron: “El Anciano Mahallaka tiene una
razón para no hacerla sonar.”
“¿Cuál es la razón?” preguntó.
Ellos contestaron: “Hay un asceta herético[6] con un
talento incomparable para el debate, y él ha ordenado que no sea hecha sonar
públicamente la campana para recibir las ofrendas de la gente si no existen
renunciantes budistas capaces de debatir con él. Por eso no la hacemos sonar.”
El Anciano Pārsva dijo: “Hacedla sonar como queráis. Si
viene, yo me confrontaré con él.”
Los monjes de más edad pensaban que esta respuesta era algo
disparatada, y dudaban sobre qué hacer. Se reunieron para tratar el tema,
diciendo: “Cuando sea el momento, hagamos sonar la campana. Si viene el
herético, nosotros le diremos a este Anciano que la responsabilidad es
enteramente suya.”
Así pues, ellos hicieron sonar la campana; y el herético
vino a preguntar la razón de ello.
“¿Cuáles son las causas de que hayáis hecho sonar la campana
hoy?”
“Hay una asceta anciano venido del norte, y ha hecho sonar
la campana. No hemos sido nosotros,” respondieron.
El herético dijo: “Decidle que salga.”
Entonces, el Anciano Pārsva salió, y los dos se observaron
uno a otro. El herético preguntó: “¿Quieres debatir conmigo?”
El Anciano Pārsva contestó: “Si.”
El herético lo ridiculizó diciendo: “¡La apariencia de este
viejo monje no es más que mediocre, y su forma de hablar es la de una persona
del montón! ¿Cómo puede pensar en debatir conmigo?”
Entonces ellos llegaron a un acuerdo por el cual pasados
siete días, tendría lugar un debate al que estarían citados el rey, sus
ministros más destacados, los ascetas, heréticos, y los grandes maestros del
Dharma.
Durante la noche del sexto día, el Anciano Pārsva entró en
una absorción meditativa profunda, y vio como debería de proceder. En el
séptimo día, al romper el alba, la gran asamblea estaba congregada. El Anciano
Pārsva fue el primero en llegar, y el ascendió a la elevada plataforma. La
alegría y placidez en su semblante era el doble de la de un día normal.
Entonces llegó el herético, y se situó frente a él. El percibió serenidad
y satisfacción en el monje, quien
mostraba seguridad en su determinación. Todo él estaba perfectamente dotado con
el carácter de un gran expositor.
El herético pensó: “¿Puede este monje ser realmente un
sabio? Está tranquilo y seguro en su resolución, y parece bien preparado para
el debate. Hoy habrá un excelente debate.”
Entonces, ellos llegaron a un acuerdo.
“¿Cómo debería de ser castigado el perdedor?”
El herético dijo: “Al perdedor se lo cortará la lengua.”
Ante ello, el Anciano Pārsva dijo: “Eso no será así. Para mí
solo es un acuerdo aceptable si el perdedor se convierte en discípulo del
otro.”
El herético respondió: “¡Que sea así!” y entonces preguntó:
“¿Quién hablará primero?”
El Anciano Pārsva dijo: “Puesto que yo ya soy un hombre
mayor, he venido de lejos, y he sido el primero en llegar y sentarme, parece
razonable que yo sea el primero que hable.”
El herético dijo: “Me es indiferente. Todo lo que digas ahora
lo refutaré completamente a continuación.”
Entonces el Anciano Pārsva comenzó a hablar: “El mundo
debería de ser hecho un lugar pacífico, con un buen rey que viviera mucho
tiempo, con cosechas abundantes, y con la alegría extendiéndose por toda la tierra,
libre de toda la miríada de calamidades.”
Al no saber cómo responder, el herético permaneció en
silencio. De acuerdo a las reglas del debate, la imposibilidad de réplica
significaría la derrota. Así que él se sometió, y se convirtió en discípulo del
Anciano Pārsva. Se afeitó la cabeza y la barba, y cruzó a la otra orilla convirtiéndose en un asceta
budista, y recibió los preceptos completos[7].
Más tarde, se sentó en un lugar solitario y pensó para sí
mismo: “Soy un talento brillante, y mi conocimiento es muy amplio. Mi
reputación inspira temor en todo el país. ¿Cómo pude ser llevado a la sumisión
con una simple sentencia, y haber tenido que convertirme en el discípulo de
otro?”
Al surgir estos pensamientos en su mente, nació el
descontento. Su maestro supo que estos pensamientos rondaban en su mente, y le
ordenó que entrara en su habitación para revelarle las bases del poder
espiritual[8]; por medio
de las cuales el experimentó una multitud de transformaciones. Así el llegó a
saber que su maestro era un monje extraordinario, y se sometió alegremente,
pensando: “Sin duda que ha sido una circunstancia extremadamente feliz el haber
llegado a convertirme en el discípulo de este hombre.”
Entonces su maestro le dijo: “Si tu no cambias tu forma de
ver las cosas, nunca serás verdaderamente perfecto. Si estudias el Dharma que
yo he realizado, tú obtendrás las cinco raíces, los cinco poderes, los siete factores
de la Iluminación, y el Noble Sendero Óctuple[9]. Tú
llegarás a ser talentoso en el debate, dotado de profundidad y de penetración.
Examinando claramente los principios importantes, no tendrás rival en el mundo
entero.”
Entonces el maestro retornó al lugar del que había venido, y
el discípulo permaneció en India Central.
Con el tiempo, el discípulo del Anciano Pārsva logró un
amplio conocimiento de todo el ámbito de las escrituras, comprendiendo
perfectamente los principios de las escuelas budistas y no budistas. Su
habilidad como expositor no conocía rival, y todos los cuatro grupos de
discípulos del Buda[10] lo
reverenciaban y se sometían a él.
El rey de India Central lo valoraba mucho, y lo tenía en
gran estima. Más tarde, el rey del Imperio Kusana, en el norte de India, asedió
India Central, rodeando el reino, y manteniendo una vigilancia prolongada sobre
él. El rey de India Central envió un emisario para preguntar, que dijo:
“Nosotros te daremos lo que nos requieras. ¿Por qué ha de sufrir el pueblo, y
ha de estar temeroso por tu prolongada presencia?”
El rey Kusana respondió: “Si queréis rendiros, dadme
trescientas mil piezas de oro, y os perdonaré.”
El rey de India Central respondió: “La riqueza de mi reino
no alcanza ni siquiera las cien mil piezas de oro, ¿Cómo podría ser posible que
yo reuniera trescientas mil piezas de oro?”
El rey Kusana replicó: “Dentro de tu reino hay dos grandes
tesoros. Uno es el bol de limosnas que perteneció al Buda, y el otro es un
monje que posee un talento extraordinario como expositor. Dame esos para mí, y
consideraré que valen doscientas mil piezas de oro.”
El rey de India Central contestó: “Esos dos tesoros son muy
preciosos para mí; no puedo deshacerme de ellos.”
Después de esto, el monje expuso el Dharma para el rey,
diciendo: “Aquel que Ilumina a los seres es incomparable en el mundo. El
Sendero del Buda es inmensamente profundo, y su principio es la salvación
universal. Indudablemente, la habilidad para salvar a los seres es la virtud
más destacada de todas las que posee un hombre grande. Las enseñanzas en este
mundo presentan muchas dificultades, y un rey solo puede iluminar a un reino.
Pero ahora tú puedes proclamar ampliamente el Sendero del Buda, y llegar a ser
un rey del Dharma a través de los cuatro mares. Que un monje salve a los seres
humanos, es normal, pues su obligación moral prohíbe cualquier otro
comportamiento. Cuando el corazón de uno está lleno del deseo de beneficiar, en
verdad no existe lo cercano o lejano. Así pues, uno debería de tener una visión
amplia, y no quedarse solo con lo que está ante sus ojos.”
El rey siempre había apreciado mucho las palabras del monje,
así que las aceptó reverentemente, y ofreció al monje y al bol de mendigar del
Buda al rey de Kusana. Entonces, el rey de Kusana retornó a su reino, y allí sus ministros le
advirtieron, diciendo: “Es ciertamente adecuado para el rey que él reciba el
bol de mendigar del Buda; sin embargo, este monje es como cualquier otro en el
mundo. Con total seguridad, cien piezas de oro son más de lo que él vale.”
El rey era consciente de que la sabiduría del monje era
sobresaliente y penetrante, y de que su guía sería de un inmenso y profundo
beneficio. Su habilidad como maestro y como predicador del Dharma era tal que
era capaz de influenciar incluso a los seres no humanos.
Queriendo eliminar las dudas de sus ministros, el rey ordenó
que siete caballos fueran dejados sin comer durante seis días. Al alborear del
sexto día, el rey reunió a los ascetas de las distintas escuelas de las
cercanías y de los lugares más lejanos, y pidió al monje que expusiera el
Dharma. De todos aquellos que lo oyeron hablar, ninguno dejo de iluminarse.
Entonces el rey hizo que los caballos fueran atados con una cuerda en medio de
la asamblea, y les dio yerba. Los caballos eran muy aficionados a una yerba
llamada plavana, así que les dio
yerba plavana. Conforme los caballos
empezaron a oír el Dharma, rompieron a llorar, y ni siquiera consideraron comer
durante un instante. Y así, a través de todo el país se supo que indudablemente
ese monje era realmente un hombre extraordinario.
Debido que los caballos fueron capaces de entender sus
palabras, el fue llamado el Bodhisatva Llanto de Caballo[11]. El
proclamó ampliamente el Dharma del Buda por todo el norte de India, guiando y
beneficiando a todas clases de seres a través de su diestra utilización de los
medios hábiles, y perfeccionando en otros los méritos y virtudes. Los cuatro
grupos de discípulos del Buda lo tenían en la más alta estima, y lo trataban
con un gran respeto. También le llamaban “Sol de mérito y virtud.”
Traducido al castellano por el ignorante y falto de
devoción, upasaka Losang Gyatso. Editado a 06/08/2017.
[1] Tripitaka.
[2] Budhadharma.
[3] Samadhi.
[4] Bhiksu.
[5] Ghantā.
[6] Tirthika.
[7] Upasampadā.
[8] Las
cuatro bases del poder espiritual: 1) el deseo de sobresalir en meditación; 2)
el esfuerzo hecho para sobresalir en meditación; 3) el poder de concentración
de la mente; y 4) el poder de la meditación analítica.
[9] Junto
con las cuatro bases del poder espiritual, los cuatro fundamentos de la
atención, y los cuatro esfuerzos correctos conforman las treinta y siete ayudas
para la Iluminación.
[10] Monjes,
monjas, laicos, y laicas.
[11] Ashvaghosa.
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