miércoles, 21 de marzo de 2012

Gurugana Dharmakaranama: La Vida de Atisha. Conociendo al Gurú

EL CONOCIMIENTO DEL GURÚ, EL ORIGEN DEL DHARMA.
Por Gurugana Dharmakaranama. 

Rindo homenaje a todos aquellos en quienes la religión está enraizada.

Sobre los seres vivos que experimentan el sufrimiento del abrasador calor de las aflicciones (kleshas), la bóveda del Dharma forma nubes de amor (maitri) de las que se precipita la lluvia de la compasión (karuna) que refresca a aquellos acosados por el abrasador calor de las aflicciones. Ante ese Rey del Dharma, yo postro mi cabeza.

Yo he reunido algunas gotas de esta historia inmaculada y vasta como un océano, sin añadir cambios de ningún  tipo, y haciéndolo lo mejor que he podido.

En el Este de India, en el país llamado Bengala (Sahor), el gobernante era un rey religioso llamado Kalyana Shri. El rey Kalyana Shri llevó la prosperidad del reino a su zenit. Tenía un palacio, el Estandarte Dorado de la Victoria, rodeado por incontables casas, y había gran número de estanques para el baño, rodeados por 720 magníficos jardines, de bosques de árboles Tala, siete muros concéntricos, 363 puentes, innumerables estandartes dorados de la victoria, con trece tejados en el palacio central, y con miles de nobles en el palacio.
Todo este esplendor superaba al del Rey de Tonkín (China); la dignidad del comportamiento del monarca y su aire de gran autoridad eran como los del gran dios Indra. Sus súbditos eran tan numerosos como los habitantes de una ciudad de Gandharvas, y sus logros religiosos podrían ser comparados a los de Aryadharma. Shri Prabhavati, la consorte de este rey devoto, era como una diosa. Era una mujer hermosa y casta que confiaba en las Tres Joyas, y que era amada como si fuera su madre por todos los seres humanos. Esta reina tenía tres hijos, llamados Shrigarbha, Chandragarbha, y Padmagarbha. La historia de estos tres es raramente encontrada en otros libros. El segundo de los hijos, Chandragarbha, fue mi noble gurú. En el auspicioso momento de su nacimiento, llovieron flores sobre la ciudad, apareció un toldo de arco iris, y los dioses cantaron himnos que trajeron la felicidad y el gozo a todo el mundo. Durante dieciocho meses él residió en la capital, y fue excelentemente criado por ocho niñeras.
Al Norte del palacio había un lugar sagrado llamado Monasterio de Vikramashila (Vikramashila Vihara). Se dirigieron a hacer ofrendas a ese lugar el Rey, la Reina, y sus ministros, todos ellos escoltados por 500 carruajes llenos de hermosas chicas bellamente adornadas con guirnaldas, y rodeados por cientos y cientos de músicos, y llevando innumerables artículos preciosos necesarios para realizar el rito; y todos fueron hacia el lugar cantando.
Mi gurú, un infante que parecía ya semejar a un niño de tres años, tuvo ante sí tal cantidad de personas hermosas que los ojos fueron deslumbrados. El niño, que estaba coronado y engalanado con adornos semejantes al oro, fue llevado por su padre envuelto en tejidos de fina muselina. Cuando la gente lo vio, se sintieron tan llenos de felicidad que no pudieron evitar que les brotaran las lágrimas. Aquellos que allí estaban exclamaron: “Cuando naciste, la tienda del Sol fue levantada, y canciones melodiosas fueron escuchadas por la gente. Por lo tanto, nuestro mayor deseo era encontrarnos contigo. Y ahora, habiéndote visto, estamos llenos de gozoso temor”.
Entonces el excelente Príncipe preguntó: “Oh, padres, ¿Quién es esta gente?”
Sus padres contestaron: “Son tus súbditos, Príncipe”.
Entonces el excelente Príncipe dijo: “¡Que puedan ellos ser poseedores de un mérito similar al de mis padres! ¡Que puedan gobernar reinos que alcancen la cumbre de su prosperidad!
¡Que puedan nacer como hijos de reyes, y que puedan ser mantenidos por hechos santos y virtuosos”
Entonces, cuando la procesión real llego a salvo al Vihara de Vikramashila, el excelente Príncipe, tras postrarse ante las Tres Joyas, recitó esta melodiosa canción de alabanza: “Habiendo obtenido el noble cuerpo de un hombre, y teniendo todos los órganos sin defectos, tomaré refugio en las Tres Joyas. Siempre llevaré a las Tres Joyas sobre mi cabeza con total sinceridad. Por lo tanto, ¡Que puedan las Tres Joyas ser mi refugio!”
Cuando estas palabras fueron escuchadas por el Rey, la Reina, los ministros y los monjes, todos ellos quedaron maravillados y llenos de gozo, y con una sola voz declararon que el príncipe estaba destinado para la grandeza. Entonces el Rey, la Reina y los sirvientes dijeron:”Qué podamos nosotros, gracias a la acumulación de méritos obtenida al mostrar reverencia y al hacer ofrendas, ser capaces de hacer ofrendas a las Tres Joyas vida tras vida. Y, por la virtud de estos méritos, rogamos por la continuidad prolongada de nuestra religión, para lo cual haremos ofrendas a la Sangha. Oh, que podamos vernos libres de los sufrimientos causados por las impurezas”.
Cuando el Príncipe escuchó sus palabras, miró a sus padres y exclamó: “¡Qué pueda yo no estar nunca atado a los intereses mundanos!¡Qué pueda yo enseñar el santo sendero de los monjes, y humildemente venerar a las Tres Joyas!¡Qué pueda yo sentir compasión por todos los seres!”
Sus padres y los demás quedaron completamente maravillados cuando oyeron lo que el Príncipe había dicho. Esta fue la primera predicación de mi gurú. El Príncipe, que tenía tres años, había llegado a estar bien versado en astrología, escritura y Sánscrito. A los seis años, era capaz de distinguir entre las enseñanzas Budistas y las no Budistas. A partir de entonces, y hasta los diez años de edad, tomó a las Tres Joyas como refugio observando los preceptos (shilas) de los upasakas, practicando la generosidad (Dana), siendo feliz estudiando, recitando las oraciones, buscando el reunirse con la gente de carácter noble, obedeciendo y sirviendo a sus padres humildemente y con dulces palabras, disfrutando con todo tipo de danza religiosa y de canciones sacras, rindiendo respeto a los hombres santos incluso desde la distancia, contemplando los afanes mundanos con un corazón apenado, ayudando a aquellos que eran desgraciados, y haciendo muchas acciones nobles de este tipo. Cuando el Príncipe alcanzó la edad de once años, los ministros y súbditos le trajeron veintiuna chicas de noble familia, y el Rey y la Reina se las ofrecieron junto con valiosos regalos.
Cierto día, el Rey reunió a sus ministros y les ordenó: “A partir de mañana, debéis de preparar cuidadosamente las trece carrozas reales, y adornarlas con innumerables ornamentos tal y como al pueblo le gusta; especialmente la más hermosa y fuerte de las carrozas debería de ser colocada en el centro. En ella deberíais de colocar el parasol del pavo real rodeada por abanicos. En el centro, bajo el parasol del pavo real, colocad a Chandragarbha vestido con ropas espléndidas sobre un trono enjoyado. En las restantes doce carrozas adornadas, todos los ministros estarán sentados luciendo magníficos vestidos, y estarán acompañados por músicos que con muy diversos tipos de instrumentos tocarán una música deliciosa.
La procesión será liderada por tres carrozas blancas; habrá tres carrozas rojas en la parte trasera, tres amarillas en la parte derecha, y tres verdes a la izquierda. En cada una de las carrozas colocad a muchos jóvenes y doncellas con estandartes coloreados propios de los dioses de las cuatro direcciones. La carroza del Príncipe, pintada de los cinco colores, debería de estar adornada en las cuatro esquinas con tallas en forma de cuellos de pavo real, y rodeada por chicas vestidas como diosas portando ofrendas. Los demás auxiliares deberían de tocar hermosas canciones con instrumentos tales como violines, tambores, y címbalos para deleitar a las multitudes que se reunirán en todas partes. Fuera de la ciudad, en un agradable jardín, han de ser dispuestos todo tipo de diversiones y juegos que hagan que el pueblo se reúna allí. Estas diversiones tienen que durar medio mes, de forma que todo el pueblo se sienta feliz y contento. En esa asamblea, tiene que haber chicas listas para deleitar al Príncipe, y los ministros tienen que instruirlas sobre cómo comportarse cuando el Príncipe esté lanzando miradas sobre ellas”
Así pues, el gran Rey ordenó a los ministros que tuvieran listas las trece carrozas adornadas en el plazo de una semana, con la carroza del Príncipe en el medio, ricamente adornada, y doce carrozas con músicos que toquen todo tipo de instrumentos.
Entonces, en las afueras de la gran ciudad, en los cruces de caminos y en los jardines, el pueblo comenzó a divertirse con juegos fascinantes. Durante el progreso de la comitiva real a través de los distintos barrios de la ciudad, por los que pasaban el Príncipe Chandragarbha junto con las carrozas y sus 25000 asistentes, la gente le daba la bienvenida como si fuera un rey universal (Chakravartin) desde los jardines de lotos adyacentes a la capital, y desde cada cruce de caminos, y seguían con su mirada al Príncipe. Prabhadevi y las demás mujeres de la corte, los camaradas y parientes del Príncipe,  se animaban unos a otros a darse prisa para ver la concentración de gente. Cuando la gente estaba aglomerada en torno a la procesión, las hijas del Rey Punnadhara, del Rey Nemandhara, del Rey Jalapati, y del Rey Pracandraprabha, y otros reyes de alta alcurnia, de noble físico y grandes posesiones, llegaron armados, montando en veintiuna carrozas, para unirse a las celebraciones. En cada una de las carrozas iban siete chicas junto con siete doncellas asistentes. Todas estas veintiuna carrozas estaban adornadas magníficamente con diversos adornos. Los conductores venían cantando melodiosas canciones y mostraban su felicidad. Las chicas, sentadas, parecían diosas, con sus ojos amorosos fijos en el Príncipe, y a la vista de su juventud, los cabellos de sus miembros se erizaban de lo grande que era su pasión.
De repente, se apareció una diosa, con una tez de color azul pálido, y pronunció la siguiente admonición al Príncipe:
Oh, el más afortunado de los príncipes, no te ocupes del poder, y estate libre de la lujuria.
Si, como un elefante hundido en un pantano, tú, un héroe, te hundieras en el fango de la lujuria,
¿No mancillaría los hábitos de quien guarda los preceptos, que has llevado
En tus quinientas cincuenta y dos vidas anteriores
Cuando tomaste la forma de un pandita no engañado, un santo monje?
Por lo tanto, como los patos que buscan salir del jardín de lotos,
Busca tu ordenación en esta vida.
Las encantadoras y amorosas chicas que viven en esta ciudad
Son tentaciones enviadas por Mara para disipar el brillo de tus preceptos,
Por eso esperan traicionarte mostrándote su pasión.
¡Se sabedor de esto, Oh buen Príncipe!
Lo mismo que la Luna reflejada en el océano,
Tu pureza da lugar a más brillantez, Oh Príncipe.
Tu cabeza adornada con los cinco ornamentos sagrados que son como joyas
Envía un hechizo de fascinación entre la gente.
Puesto que tú has obtenido un cuerpo humano, tan difícil de conseguir,
Deberías de dedicar tu vida a escuchar, reflexionar, y practicar el Dharma,
Y, para eliminar todas tus dudas,
Deberías de buscar la guía de innumerables gurús”
El Príncipe sonrió, y respondió así al consejo de la diosa:
“¡Oh, que maravilloso!¡ Esto es bueno, esto es bueno, lo más excelente entre lo bueno!
El sabio encuentra deleite en el silencio del bosque,
Como los pavos reales que crecen con las plantas venenosas,
O como los patos que gozan en el agua de un lago.
De la misma forma en que los cuervos se divierten en los lugares sucios,
Así, la gente ordinaria se hacina en la ciudad.
Sin embargo, al igual que los patos buscan salir del estanque de lotos,
La gente sabia busca el bosque.
¡Qué diferencia respecto a la gente ordinaria!
Así, en el pasado, el Príncipe Siddhartha
Sintió repulsión hacia el próspero reino de Suddhodana, como si fuera un sucio pantano.
El buscó la iluminación, renunciando a todas sus consortes reales.
Todos los humanos y dioses lo alabaron y veneraron.
Poseyendo las treinta y dos gloriosas marcas, y los ochenta marcas nobles de un rey del Dharma,
Alcanzó la Budeidad acompañada por los doce estados santos.
A no ser que yo renuncie a este reino,
Yo aumentaré la lujuria en el pantano del mal.
Todos los amigos incrementan la lujuria en el pantano del mal.
Todos los amigos son traidores enviados por Mara.
Toda riqueza no es más que un rio salado.
Ahora, haciendo uso de este cuerpo, yo alcanzaré la Iluminación.
El goce de los placeres que mana del deseo
Es tan vacío como el reflejo de la luz de la Luna,
Tan efímero como un eco,
Tan ilusorio como un espejismo,
Tan dependiente como un reflejo.
En este vasto océano de la aflicción,
Los ríos del nacimiento, decaimiento, enfermedad y muerte fluyen sin cesar.
En el pasado, yo he estado encadenado por el poder kármico de las acciones impuras,
Pero hoy, soy capaz de aprovechar esta vida, así que ¿Por qué no ir en pos del Dharma?
Estando determinado a buscar la liberación respecto a las cosas mundanas,
Me dedicaré al Noble Dharma bajo la guía de mis gurús”
Cuando la gente de esa ciudad oyó las palabras del Príncipe, lloraron: “Tales palabras parecen indicar que este Príncipe no reinará sobre el reino; pero si llegara a reinar, sería sin duda un rey del Dharma; sin embargo, buscando a mucha gente instruida y a los gurús, el emulará al Hijo de los Sakya”
Esto gritaba la gente a su alrededor, llenos de gozo y maravillados, mirando al Príncipe repetidamente, con sus ojos llenos de amor. Sin embargo, aquellas chicas de alta cuna que se habían sentido tan felices cuando habían visto al Príncipe, se sintieron estremecidas cuando oyeron sus palabras. Buscando a sus padres, ellas hablaron esto: “ El Noble Príncipe ha declarado que siente repulsión hacia el mundo, y que abandonará el reino para llegar a ser un santo monje, lo mismo que lo fue el Príncipe Siddhartha que renunció a su reina, y que no sintió apego hacia su pueblo. Ahora, todos nosotros, nuestros padres y los demás, tenemos que buscar el palacio y hacer todo lo que deba de ser hecho por medio de nuestra gran riqueza, para que la mente del Príncipe permanezca fijada en el reino. Esto es lo que nosotras, las chicas, os urgimos”.
Los ministros, padres, y súbditos hicieron los mayores esfuerzos para complacer al Príncipe, trayéndole chicas para que bailasen y cantasen para él. Entonces el Príncipe reunió en la ciudad y en las vecindades a ciento treinta jinetes armados vestidos con ropas de combate, y salieron de caza.
Eventualmente llegaron ante un Brahmín llamado Zitari, el cual tenía la apariencia de un Arhat. Vivía en una cueva, y se vestía pulcra y limpiamente con las ropas de un ermitaño, cuando llegaron estaba cantando una hermosa y melodiosa canción. El Príncipe, mientras aún estaba sobre su caballo preguntó: “Oh, ermitaño, ¿Qué tipo de conocimientos has adquirido gracias al vivir en este sitio solitario, al comer comida pura, y al realizar hechos nobles; por renunciar a los bienes y placeres, y al observar una regla ascética estricta?”
El ermitaño, sin levantar sus ojos, le contestó al Príncipe así: “Oh, Príncipe, las riquezas que poseen los brahmines y las personas reales son como las flores de verano, que pronto se marchitan; así pues, el poder de las acciones kármicas lleva a los estados de nacimiento inferiores, a los estados miserables.
Viviendo aquí, yo he aprendido que las riquezas no serán de ningún provecho en la siguiente vida. Temiendo nacer como un sucio insecto cazado en las ciénagas, como un resultado del comportamiento bestial infringido al ganado, a los perros, y a los cerdos, practicando la auto mortificación, yo habito en este claro del bosque. Percibiendo que no hay ningún valor en una riqueza ilusoria, y recordando la próxima vida, ahora vivo como un ermitaño”
Tras oír estas palabras, el Príncipe habló como sigue, buscando el leer en la mente del ermitaño a partir de su comportamiento: “Los ermitaños sois más arrogantes que los demás, no levantándose ni tan siquiera en la presencia de una persona de la realeza”
El gran ermitaño le replicó: “¿Qué tipo de persona de la realeza eres, y de dónde vienes? Puesto que yo no tengo ni amigos, ni enemigos, no sé nada sobre ti. Yo soy feliz sin riquezas en estos bosques. El único enemigo que tengo en mi vida es Yama, el Señor de la Muerte, y estando libre del orgullo, yo he dejado de prestar atención a las distracciones”
El Príncipe le replicó: “Soy del Reino del Estandarte Dorado de la Victoria, y soy un hijo del Rey Kalyana Shri. Hoy he venido a este bosque en busca de gente desafecta si la hubiera, y tú has cometido una ofensa al no reconocer a un miembro de la familia real”
El gran ermitaño continuó: “¿Es el que yo esté apartado de la raza de los humanos una ofensa? Yo no tengo maestro, ni sirviente, ni nadie que me proteja. Rey, cuando entres en la siguiente vida, no tendrás ni caballo ni compañero, tendrás que caminar solo. Hambriento y desnudo, tendrás que vagar solo entre la muerte y el renacimiento. Tu errar por lugares desconocidos, por países desconocidos, seguirá y seguirá. Un día ya no serás más el hijo de un rey. Es debido a razones como estas por lo que yo estoy en este lugar solitario”
Tras escuchar estas palabras, el Príncipe desmontó de su caballo, y le ofreció tres regalos, a saber sirvientes, caballos, y armas. Con las manos reverentemente juntas, el pronunció los siguientes versos:
“Para probar el conocimiento de Su Reverencia,
Yo pronuncié palabras que fueron duras y orgullosas.
Ahora, día y noche permanezco arrepentido, encontrándome disgustado con los asuntos mundanos.
Te ruego, oh ermitaño, que me recibas como tú discípulo”
El gran ermitaño contestó: “Ven, que pueda tu mente ser liberada del viento del orgullo. Qué puedas llegar a ser un líder de los gobernantes (shasanas)”.
Diciendo eso, el ermitaño despertó en él la bodhicitta, y le otorgó las bendiciones de las Tres Joyas. Entonces el Príncipe se levantó, y le ofreció al ermitaño carruajes y otros regalos como agradecimiento por las bendiciones de las Tres Joyas, y por el regalo de la bodhicitta.
El ermitaño, para hacer posible que el Príncipe recibiera todo el mérito, aceptó las ofrendas por un tiempo. Entonces, el le dio este consejo:
“Oh, Príncipe, si sin haberlo pensado cuidadosamente, tú has hecho ofrendas suficientes para resolver los presentes problemas, y por tanto, lograr la grandeza en esta vida, esa es una forma de actuar egoísta de la que incluso los zorros y los lobos son capaces.
La iluminación no puede ser conseguida así ni tan siquiera por los Realizadores Solitarios (Pratyekabuddhas).
Incluso un sirviente puede llenar su boca con comida, pero un rey nunca puede encontrar satisfacción en esta vida.
Por lo tanto, Oh Príncipe, llena de celo tu corazón, y busca la iluminación renunciando al reino”
A esto el Príncipe respondió: “Yo estoy encadenado por mis reales consortes como un prisionero mimado.
Sobre todo, atado por los efectos de mi aflicción, yo estoy muy atado a mis parientes
Todos los cuales me traicionan mostrándome su amor.
Así es como me siento en este mundo enfangado. Ahora, yo no puedo soportar las acciones del Rey.
Por lo tanto, oh gurú, bendíceme”
A estas palabras el ermitaño replicó: “Una de las grandes cadenas del mundo es un nacimiento elevado. El nombre más querido para Mara es “rey”, los principales mensajeros de Mara son los ministros reales. Ciertamente, las acciones del Rey pronto te harán daño. Por lo tanto, tú has de ir a Nalanda. Allí vive uno que ha sido tu gurú a través de las distintas vidas desde un tiempo inmemorial, Bodhibhadra. Recibiendo de él la bodhicitta, y escuchando el Dharma, entonces puedes llegar a estar cara a cara con la verdad. Este hombre tan instruido será de gran beneficio para ti”
Tras decir esto, el gran ermitaño, devolvió todas las ofrendas y continuó diciendo: “Vuelve a mi cuando llegues a ser un monje. Te guiaré con muchos buenos consejos”
Entonces el Príncipe, tras volver rápidamente a su capital, cogió oro, plata, y grandes riquezas con las que se dirigió a Nalanda seguido por sus asistentes. El Rey de Nalanda, tembloroso, fue a recibir al Príncipe, mientras a cierta distancia aguardaban sus tropas y asistentes. Cuando se encontraron, él pronunció estas nobles palabras: “Oh, Príncipe, ¿De dónde has venido?,  ¿Dónde has nacido, tú que eres como un monarca universal? ¿A dónde iras a someter a los enemigos del excelente Dharma? Yo, te he visto en la distancia, y he venido a recibirte”
El Príncipe le respondió: “Yo vengo de la tierra del Este de Bengala, del Palacio del Estandarte Dorado de la Victoria. Ahora, voy a derrotar al enemigo, el samsara. ¡Voy a subyugar al Mara de la Muerte!”
El Rey dijo: “Tú eres un hijo del Rey del Este de Bengala, el pio Rey Kalyana Shri, el rey que como un monarca universal ha resultado victorioso sobre muchos males. Es muy afortunado que un hijo de tal Rey haya venido a mi país. Vuestro Vihara de Vikramashila es como el palacio de una divinidad en el paraíso. El renunciar a un sitio tan maravilloso está más allá de la imaginación; los panditas allí son tan brillantes como el Sol y la Luna. ¿Por qué has venido entonces a buscar aquí a otro maestro, Oh gran Príncipe?”
El excelente Príncipe respondió: “En la gran institución religiosa de Nalanda, que es semejante a un vasto océano lleno de joyas, entre los panditas que son tan numerosos como las estrellas, vive el más excelente y venerable Bodhibhadra, quien me ha dicho el ermitaño que será mi gurú. ¡Te lo suplico, Oh Rey, que no me lo impidas!”
El Rey de Nalanda entonces contestó: “¡Grande, sin duda, es el excelente Bodhibhadra! ¡Es como la nevada Montaña de Tise, inmóvil, dando su resplandor! De la misma forma en la que el dios de la riqueza es rico en posesiones, así de rico es Bodhibhadra en nobles seguidores. Te ruego que vengas ahora a celebrar estas gozosas noticias con unos placenteros entretenimientos”
“Excelente” dijo el Príncipe.
Entonces el Rey de Nalanda, yendo en procesión con todos aquellos que habían ido a dar la bienvenida al Príncipe, se dirigieron a Nalanda con el acompañamiento de música. Al Sur de Nalanda, había un palacio llamado Samantabhadra Prasada, en un lugar conocido como Padamadesh, rodeado por innumerables casas. En este lugar, el Príncipe fue invitado a sentarse en un trono bellamente decorado, y el propio Rey de Nalanda le sirvió, y alabo su Realeza.
Más tarde, se fueron a donde estaba el gurú Bodhibhadra, en Nalanda. Al entrar en el Monasterio, el Príncipe se sintió extremadamente feliz de encontrarse con su gurú. Lo mismo le ocurrió al noble gurú Bodhibhadra; cuando supo de la llegada del Príncipe, se sintió lleno de alegría y, levantándose de su estera, pronunció las siguientes dulces palabras de Dharma:
“¡Así que has venido, Oh hijo del Rey del Dharma! ¿Florece nuestra religión en Bengala? ¿No te ha cansado el largo viaje?”
El excelente Príncipe contestó: “Mi padre tiene buena salud, y yo he venido aquí para buscar el Dharma. Y tras un viaje seguro, me he encontrado contigo hoy. Oh, sabio que expones las enseñanzas del Buda, ¿No estás aburrido de tanto escuchar, pensar, y meditar?”
Ante estas palabras el gurú replicó: “Yo también estoy bien. Día y noche florezco gracias a las bendiciones del Santo Dharma. Toma asiento, Oh Príncipe excelente, y dime qué necesitas”
Entonces el Príncipe se postró reverentemente y, con su ofrenda de joyas, complació al gurú. Entonces, en tonos humildes, lloró: “ ¡Escucha compasivamente mis palabras, Oh Maestro de Todos los Seres! No puedo soportar el océano de sufrimiento que es el samsara. Temiendo sufrir debido a la trampa de un gran reino, fui con algunos acompañantes armados al bosque. Allí llegué ante el gurú Zitari que estaba viviendo allí. Entonces yo le pedí el regalo de la bodhicitta y, por la gracia de ese alto pandita, fui enviado a esta gran institución de Nalanda. Allí, dijo el ermitaño, bendecido por la divinidad en vidas anteriores, vive el noble gurú Bodhibhadra. Busca de él la bendición de la bodhicitta. Inmediatamente fui a mi palacio, y cogí regalos para las ofrendas. Hoy he llegado. Se amable conmigo en tú compasión, y otórgame la bodhicitta y muchas bendiciones”
Entonces el Príncipe se sentó inmediatamente. El gurú, entrando en meditación, le dio las bendiciones de las acciones correctas de cuerpo, habla, y mente, junto con la bodhicitta y otras bendiciones. Entonces le dio la siguiente admonición:
Oh, Príncipe. Haz un buen uso de esta vida. Salvo que busques la liberación renunciando al reino,
Cuando tu karma te lleve a caer en los malos renacimientos, será demasiado tarde para arrepentirte.
Esta vida es una oportunidad preciosa para establecer una base sólida para todas las vidas.
Si no haces gigantescos esfuerzos, sino que pierdes esta valiosa oportunidad de obtener la liberación,
Oh, Honorable Príncipe, no serás capaz de obtenerla en el futuro.
No importa lo que tengas, ni el coraje que muestres, cuando el mensajero de la muerte te lleve a través del angosto sendero que lleva al más allá (siguiente vida), ningún poder, ningún protector, ni ningún arrepentimiento te serán de ninguna ayuda.
¡Oh, Príncipe excelente! Este es el Dharma que ha de ser ponderado.
Al Norte de Nalanda, allí vive uno que ha sido tu gurú en vidas previas desde tiempo inmemorial. Es conocido como el Príncipe Bodhikoyal; él ha pasado toda su vida meditando en sitios solitarios. No corrompido por la suciedad de los ocho extremos, está investido con la observación de los preceptos, y posee el poder de la profecía. Acércate a él, y recibe su enseñanza del Dharma”.
El Príncipe, habiendo oído estas admoniciones del gurú, con tristeza abandonó al valioso Bodhibhadra, para ir con el noble Bodhikoyal, ante quién se postró e hizo ofrendas, diciendo: “Soy un hijo del Este de Bengala. He partido del Palacio del Estandarte Dorado de la Victoria, he hecho mi camino hacia el Monasterio de Nalanda, y allí recibí la bodhicitta del venerable Bodhibhadra. El Venerable me advirtió: “No te quedes aquí, sino vete al Norte, donde vive uno que ha sido tu gurú en muchas vidas, desde tiempo inmemorial, que tiene por nombre Venerable Bodhikoyal. Acércate a él, y recibe la bendición de la bodhicitta. Este Venerable será de gran beneficio para ti.” A continuación, yo abandone con tristeza a mi noble gurú, y he venido lleno de gozo para estar cerca de ti. ¡Oh, Maestro! Yo no puedo soportar las acciones de mi padre. Tú, noble gurú, tienes que bendecirme”
Lleno de gozo, el eminente gurú pronunció estas palabras: “Es excelente que el Príncipe haya venido. Acércate, tú que eres para mí como yo mismo, y recibe mi bendición. Te hablaré de la verdadera naturaleza del Dharma con todo mi amor”.
Entonces el Príncipe, tras haberse postrado y tras presentar muchas ofrendas, humildemente se sentó sobre la estera. El Venerable Bodhikoyal administró la bodhicitta, y pronunció los siguientes versos como la esencia de su profunda enseñanza:
“¡Oh, Príncipe! Incluso estando dotado con las tres posesiones (gracia, gloria, y riqueza) en esta vida, ello sería perjudicial para hacer meritoria tú vida; el que poseyeras un cuerpo humano no serviría de aval. Y qué lamentable sería si tú perdieras las riquezas de las vidas futuras.
¡Oh, Príncipe! Como una vez dijo el Noble Nagarjuna: “Todas las cosas, tanto externas como internas, son vacías, son como un sueño, son ilusorias”. Quienes yerren a la hora de ponderar estas dos verdades será engullido por el sucio fango del samsara.
¡Oh, Príncipe! Tienes que fijar tu concentración en la vacuidad, insubstancial como el cielo.
Pero cuando, tras la meditación, sientas que todas las cosas parecen un espejismo,
Entonces ten en cuenta el karma y sus resultados”
Así hizo el gurú para transmitirle el profundo Dharma, por el que el Príncipe alcanzó el prayogamarga( el camino de la preparación, que es el segundo de los cinco niveles) y también alcanzó el samadhi surangama (la contemplación que lleva al poder). Utilizando estas palabras, él describió lo que había percibido:
“¡Oh, Gurú! Tras entrar en samadhi, yo percibí un estado de vacuidad similar a un cielo sin nubes, radiante, puro, y claro. ¡Oh, Gurú! ¿Es esa la naturaleza del Dharma?  Entonces, tras salir de la meditación, yo no estaba preocupado por el apego, pero aspiraba a servir de beneficio a los seres sintientes. Yo reconocí la realidad del karma, incluso aunque todos los objetos se habían revelado como ilusiones. ¡Oh, Gurú! ¿Está mi práctica libre de error?”
El Gurú contestó: “Hombre afortunado. Tú eres un producto del mérito acumulado. Como monje, yo no exagero ni pervierto la verdad. Aunque a la hora de la concentración uno percibe que todos los objetos comparten la vacuidad del cielo, uno ha de contemplar a todos los seres con compasión una vez que la concentración ha sido realizada.
Esta es una exposición de las dos verdades, la absoluta y la relativa.
Es mi más preciosa enseñanza. Ahora, si deseas renunciar a tu reino, al Sur de las montañas de los picos negros, vive mi gurú Avadhuti. El, también fue tu gurú en vidas anteriores. Vete y obtiene el otorgamiento de la bodhicitta de él, y recibe las instrucciones que te llevarán a renunciar al reino”
Tras oír estas palabras de su gurú, el Príncipe, aún remiso a partir, reunió a sus asistentes para felizmente rendirle sus últimos homenajes. A continuación, se fueron por su camino como si estuvieran escoltando a un gran héroe. Mientras se iban yendo, el Rey de Nalanda presentó innumerables objetos preciosos y, siguiendo su caravana, escoltó al Príncipe durante más de tres millas. Antes de que el Rey partiera, el Príncipe habló estas sentidas palabras:
“Aunque tú estás en un cuerpo noble, Oh Rey,
No has sometido al enemigo, el samsara.
Más tarde, cuando seas llevado encadenado por los ejecutores, ¡Bien! Sin duda que eso sería triste. Por lo tanto, aprecia tu riqueza de Dharma.
Aunque tu buen corazón ha hecho posible nuestro encuentro, esto es transitorio por naturaleza, y se desvanece como los asistentes a una feria.
No consideres mi partida una pérdida, pero recuerda el amor que te tengo,
E intenta con fuerza vivir de acuerdo con la religión, con prontitud.”
El Rey respondió: “Hoy nuestro encuentro ha sido la más excelente de las buenas fortunas,
Estoy profundamente conmovido por haberte encontrado, Hijo de un rey religioso.
El que te marches me entristece más que la partida de mi propio hijo, pero rogaré para que podamos encontrarnos pronto de nuevo”
Entonces el Príncipe partió hacia el Sur del pico de las Montañas Negras, para encontrar al Venerable Avadhuti. El descubrió al noble gurú viviendo bajo el abrigo de ese pico oscuro, envuelto en una manta negra que cubría todo su cuerpo. Estaba sentado sobre la piel de un antílope moteado, con un collar de cuentas de meditación adornando su pecho. Su figura era corpulenta, y su vientre voluminoso. Sus ojos eran de un rojo pálido, su tez azulada, y era un hábito suyo el sentarse con una pierna parcialmente extendida. Aunque carecía de posesiones mundanas, él llevaba un cráneo en el que estaban reunidos los seres sintientes. Aunque era visto con frecuencia en aquel sitio, no tenía un lugar fijo para vivir.
El Príncipe desmontó cuando se hallaba aún a distancia y, bien inclinado, se aproximó al gurú, seguido por sus asistentes. El gurú, al encontrarse, con una mirada feroz y fija, habló como sigue:” ¿Ya ha sido tu orgullo interior completamente roto?
¿No estás torturado por los Maras?
¿No estás atrapado en el pantano de tu reino?
¿No eres engañado por las hijas de Mara?
¿Aún no se ha marchitado tu noble cuerpo?
¿Y por qué vienes aquí como el hijo de un rey?”
El Príncipe se postró, y replicó:
“Vengo de la tierra del Este de Bengala,
He venido libre del anhelo por mi reino,
He venido a obtener protección del samsara.
Yo fui a la gran institución de Nalanda,
Y recibí refugio del Venerable Bodhikoyal.
Ese gurú me ha enviado a ti,
Ahora, ¿Puedes darme refugio?”
Ante estas palabras el Venerable Avadhuti respondió:
“¡Oh, Hombre! Puesto que has nacido como un descendiente de la realeza,
¡Qué terribles cantidades de aflicciones tienes que tener!
¿Podrías, arrojando tu reino como quien arroja un escupitajo,
Soportar las acciones de Avadhuti?
¡La riqueza de un reino no es nada más que un lago de veneno!
¡Prueba tan solo una gota, y tu liberación estará en peligro!
¡La riqueza de un reino no es más que un pozo de fuego!
Solo con tocarlo te hará sufrir cruelmente.
Ve de vuelta a tu reino ahora,
Y vuelve a mí pronto, tras contemplar sus miserias”
El Príncipe, tras oír estas palabras del gurú, le rindió sus respetos, y partió para su reino. La gente, al ver a su Príncipe, reía deleitada, bailaban con gozo, y se entregaban a la canción y la música. Cuando el Príncipe llegó al palacio, el Rey y la Reina, gozosos, preguntaron:
“¿Dónde has estado, Oh Chandragarbha?
¿No estás cansado?
¿No sufriste viendo tanta miseria?
Es bueno que hayas venido a casa.”
El Príncipe les respondió a sus padres:
“Me fui a practicar alegres deportes en cada lugar
Me fui para encontrar la forma de vencer a los enemigos de la religión.
Me fui para buscar un gurú capaz de darme protección.
Me fui en busca de lugares solitarios en medio de las montañas y de las rocas.
Vi los defectos del samsara en todos los lugares en los que estuve.
Todos aquellos con los que me asocié, me hablaron de sus males.
Nada de lo que hice me trajo paz a la mente.
Ahora, voy a volver para seguir el Dharma.
¡Oh, padres! ¡Dadme esta oportunidad!
A esto, sus padres contestaron: “Oh, hijo. Si te sientes afligido por el samsara, haz ofrendas a las Tres Joyas reinando sobre tu reino, satisfaciendo las necesidades de aquellos que son menesterosos con verdadera compasión; erigiendo siempre monasterios.
Medita en la compasión (Karuna) y en el amor desinteresado (maitri) con ecuanimidad. Todos serán felices si te comportas de esta forma”
El Príncipe le respondió: “Escucha, padre, si es que me amas. Aquí, en este palacio de joyas doradas, enredado por grupos de consortes cuyos encantos son tan difíciles de resistir, yo sufriré por apoyar a la sangha, y el amor desinteresado será algo amargo.
Contemplando este samsara,
Yo recojo los sufrimientos de todos los seres.
En lo que respecta al apego a este reino,
Yo no sentiré más apego hacia él que a  una gota de saliva.
Día y noche, yo he estado pensando en los defectos de este reino.
Por muy cariñosas que estas traicioneras hijas de Mara puedan ser,
Yo no experimento el menor deseo.
Observando todas estas cosas ilusorias,
Yo reconozco que, entre las tres substancias puras tales como la cuajada, la leche, y la mantequilla,
O entre las tres comidas dulces tales como el azúcar, la melaza, y la miel,
Y, por otro lado, entre aquello que es suciedad inmunda como las personas leprosas, la carne de perro, la pus y la sangre,
No hay ni tan siquiera una partícula de diferencia.
Entre los espléndidos atuendos, la belleza de turquesas y corales, o los preciosos ornamentos de los dioses,
Y los harapos sucios y rotos, no hay un hilo de diferencia.
¡Para practicar la meditación, yo iré al bosque,
Retozaré en los ocho cementerios!
Iré al lugar de los yoguis,
A buscar la soledad en la que puede ser disfrutada la verdadera felicidad.
Abandonando todo apego, y considerándolo todo de forma imparcial,
Seré un mendicante.
Yo voy a los altos picos de la montaña,
Yo voy al gurú Avadhuti.
Yo voy al lugar de los yoguis,
A probar la esencia del Vajrayana.
Yo voy al país de Udyana.
Yo voy a entablar amistad con las dakinis de la sabiduría.
Yo voy al cielo de Akanishtha.
Yo voy a postrarme a los pies de Vairocana.
Yo voy al cielo de Tushita.
Yo voy a servir al noble gurú.
Yo voy a todos los cielos.
Yo voy a realizar ritos devocionales.
Yo voy al cielo Noble, a Sukhavati a disfrutar el deleite,
¡No me encadenes, no me encadenes, Oh Rey Kalyana Shri!
Permíteme ir al lugar de la salvación, Oh padre, si es que me amas.
¡No me encadenes, no me encadenes, Oh Reina Shri Prabhavati!
Permíteme abrazar la religión, Oh madre, si es que me amas.
Dadme ahora un poco de arroz y de vino, carne, leche, melaza, y miel,
Y algunas otras provisiones.
Yo voy a el Venerable Avadhuti y allí, sirviéndolo,
Seré capaz de dominar mi mente”
Cuando estas palabras del canto del noble Príncipe llegaron a los oídos de sus padres, les parecía que estuvieran oyendo la canción de un rey Gandharva que confunde las mentes de la gente. Los padres, aturdidos por la canción del Príncipe, el dieron todo lo que quiso, sin objetar nada. Entonces, cogiendo el arroz y el vino, y las demás provisiones, el Príncipe se dirigió al bosque con una escolta de mil jinetes, y complació al Venerable Avadhuti con sus ofrendas. Todos ellos juntaron sus manos reverentemente ante al gurú, y se postraron a sus pies. El gurú acto seguido administró la bodhicitta, y los bendijo con las enseñanzas del Mahayana. En ese momento, el Príncipe parecía que fuera un monarca universal, protegido del peligro por su séquito de guardias y soldados montando sus caballos en medio del bosque, y pronunciando  gritos marciales. Vigilando los alrededores y a él, lo mantenían a salvo, y le hacían ofrendas de música y canto.
Tras bendecirles, el gurú le ordenó: “Vete a la Montaña Negra. Ve al noble y bienaventurado Vajrayogui; él, quien ha propiciado al Señor de la Muerte sirviéndole como un espíritu asistente. Tienes que ir a ese noble Rahula. Obtén de él la bodhicitta, y gloriosas enseñanzas. El también fue tu gurú en vidas anteriores. No te quedes aquí, sino sigue tu camino felizmente”
Tras oír las palabras del gurú, el Príncipe, como un gran héroe yendo hacia la batalla, cabalgó con sus mil jinetes los cuales, bien pertrechados con escudos y cascos, tocaban música marcial, y blandían hachas, mazas, y lanzas cortas. Como cabalgaban hacia el monasterio, hicieron volar sus flechas, y el sonido metálico ocasionado por sus disparos se oía por todas partes.
En el Monasterio de la Montaña Negra vivían incontables yoguis y yoguinis. Mientras el augusto Vajrayogui estaba exponiendo el Tantra a sus discípulos, vio venir al joven Príncipe Chandragarbha. Aunque sabía que el Príncipe venía a buscar enseñanza religiosa, él generoso, con el motivo de hacerle una advertencia, arrojo un rayo en esa dirección. El rayo, en vez de caer en tierra, fluyó hacia una estupa en la Montaña Negra. Con gran asombro, los discípulos preguntaron: “¿Por qué el Príncipe ha venido con un ejército a visitar al gurú?”
A esto el gurú respondió: “Habiendo pasado durante quinientas cincuenta y dos vidas como un monje sin impurezas, como un gran pandita de los más instruidos, este hombre ha tomado un nacimiento excelente en Bengala, como el  hijo del Rey Kalyana. A pesar de tan poderoso reino y de tan gran cantidad de súbditos, el no está apegado, sino que anhela practicar austeridades. En el pico de esta montaña vive Avadhuti y, como él profetizó, el Príncipe ha llegado hoy aquí. ¿No es esto maravilloso, Oh discípulos míos?”
Cuando el gurú hubo dicho estas palabras, todos ellos exclamaron: “¡Maravilloso!¡Bendito este día en el que el gran héroe ha venido” Entonces todos se levantaron y dieron la bienvenida al Príncipe, mientras él aún estaba en la distancia. Cuando él desmontó, sus mil jinetes hicieron lo mismo. Entonces, entrando en el palacio del gurú, el Príncipe reverentemente se postró ante él, y dijo:
“Yo te ruego que me escuches, exaltado gurú. Aunque yo deseo la liberación renunciando a mi hogar, estoy atado por lo que es llamado mi ascendencia real; yo estoy en peligro de estar encadenado al reino de Bengala.
Yo he escuchado a Zitari, Bodhibhadra, Bodhikoyal y Avadhuti, a  todos estos gurús que han logrado la sabiduría, el conocimiento más elevado, y el poder espiritual. Pero sin embargo, aún no he sido liberado de mi reino
Ahora, yo he sido enviado por ellos a ti, Oh Gurú.
¡Bendíceme con el poder de la bodhicitta y libérame de las cadenas de mi reino!”
Entonces el noble gurú colocó al Príncipe cerca del mandala y, otorgándole el poder de Shri Hevajra, secretamente le dio el nombre de Janna-Guhey-Vajra. Día y noche, el gurú derramó sobre él la lluvia de instrucciones, y estas eran seguidas de una iniciación (abhisheka) que duró trece días completos, tiempo durante el cual, ninguno de sus asistentes durmió, sino que no hacían más que dar vueltas, jugando, cantando, bailando, y disfrutando de muchos tipos de música. Estos asistentes, solo pensaban en cuando aparecería el Príncipe. Cuando los trece días concluyeron, el Príncipe apareció vistiendo las ropas de Heruka (una deidad colérica) y, al ver a sus asistentes, les cantó himnos de exhortación. Mirando a sus tres posesiones (sirvientes, caballos, y armas), el lo percibía todo como carente de valor. Entonces él pronunció la siguiente stanza:
Todas las cosas están en un estado de absoluta inmovilidad, como el cielo.
Todas las cosas son vacías como un eco entre las rocas.
Un reino es tan carente de valor como las riquezas en un sueño.
Los asistentes son decepcionantes como los aquelarres de los magos.
Si yo no busco la liberación renunciando a todo esto,
No estoy bendecido, a pesar de mis méritos acumulados.
Día y noche, contemplando la naturaleza de los fenómenos
Y escuchando siempre el Dharma,
Yo haré un esfuerzo incesante”
Entonces, repentinamente aparecieron muchos divinos yoguis y yoguinis, como Hevajra Yogui; Karma Yoguini, que representa la naturaleza de la impermanencia; Vira Yogui, un maestro del más alto conocimiento y de los poderes espirituales; y los ocho pavorosos ascetas desnudos hombres y mujeres, que cogen en una mano flautas hechas con huesos humanos, y en la otra miembros humanos cuya carne es mordisqueada cuando ellos gritan HUM y PHAT.  Estos danzaron entorno al Príncipe, dándole este consejo:
“Dirígete a Bengala, y cambia a la mente del Rey. Hazle entender por qué tú has renunciado al reino. ¡Oh, Príncipe! Déjale que te permita volver al noble personaje, al yogui Avadhuti. Allí, vístete con ropa basta, y sustenta tu vida con comida burda. Abandona tu estera envuelta en sedas, y siéntate sobre la piel de un antílope. Abandona tus caballos y asistentes, y aprende a viajar solo como un mendigo. No tengas miedo, no temas, cuando estás buscando la liberación; ¡Particularmente ahora que estás cortando al poderoso adversario! ¡Vete ahora, nuestro gurú Hevajra te ordena esto!”
Entonces el Príncipe, habiéndose puesto sus ropas de ermitaño, montó en su caballo, rodeado por los mil jinetes. En el camino de vuelta, él cantó los siguientes versos Vajrayana:
“En la absoluta vacuidad de la mente vajra
Yo he buscado el imperecedero Vajrayana.
Oh, el más delicioso Vajra,
Mi pensamiento despierta a tu noble dignidad. Por la claridad y pureza de Deva vajra,
Es reflejada la sombra del karma, siendo liberado de toda acción imperfecta.
Por el poder de Ratna vajra del mandala del cuerpo,
Miro al Anatta vajra sin miedo.
Por la perfecta sabiduría del Guhey vajra, ¡que pueda yo salir victorioso en la batalla contra el samsara”
Cuando el Príncipe hubo terminado esta canción Vajra, los cuatro grandes ministros de la corte, Mahamantri Shuravajra,  Mahamantri Shatru Prabhanca, Mahamantri Jayatiraj, y Mahamantri Abhaya, cantaron con tristeza:
“¡Qué poderoso es el karma en este mundo!
En esta excelente tierra de Bengala,
De la cual la gente habla maravillas,
¡Qué grande es la prosperidad de su capital!
Agradable de ver el Estandarte Dorado. Magníficos son el Rey Kalyana y Shri Prabhavati, la madre de su pueblo.
Sin embargo, renunciando a sus consejeros, ministros y súbditos, como si fueran fantasmas,
El noble Príncipe prefiere vivir en la selva.
Abandonando sus caballos, carruajes, elefantes,
El andará descalzo como un plebeyo.
Posando sus vestidos y ornamentos, similares a los de un dios,
Se vestirá con una ropa ordinaria.
Abandonando su trono adornado como un pavo real,
El extenderá una piel de antílope en el suelo de una casucha.
Indiferente a la belleza de las mujeres de este reino, que son como diosas,
El vagará por los cementerios, devorando la carne de los cadáveres.
Nosotros, que sentimos tanta felicidad al verte cuando naciste,
Después de haber vivido con nosotros tan gozosamente, ¿Cómo puedes abandonarnos?”
Cantando esta triste canción, los ministros llegaron con el Príncipe a la capital, y tras su llegada al palacio, toda la gente oyó lo que ellos estaban cantando. Buscándolos con la mirada, los vieron, pareciéndose a los Deidades Guardianas de las diez direcciones prestas para ir a la guerra, eso inspiraban, tan valientes y poderosamente armados. El espectáculo era muy asombroso, y pleno de belleza y encanto. Los asistentes hicieron tan gran ruido con su tumulto que incluso el Príncipe estaba atemorizado.
Durante tres meses enteros, los ministros vistieron sus atuendos de guerrero, y mantuvieron a sus caballos ensillados. Unos participaban en carreras de caballos, otros actuaban en dramas y cantaban. Algunos se armaban con armas nuevas como si fueran a la guerra. Los yoguis y las yoguinis hacían cabriolas, y el Príncipe se comportaba como un loco en el centro de la capital, haciendo que todos sus súbditos reconocieran que no podía reinar sobre ese reino. Así que la gente comenzó a llorar. Como si las bestias salvajes hubieran venido exigiendo el devorar la carne del pueblo, sus padres cayeron en una amarga lamentación, en particular el padre, que se lamentaba:
“En el momento de tu auspicioso nacimiento,
Vimos tan maravillosos prodigios que yo estuve seguro de que reinarías sobre el reino.
Y acorde con ello, mi mente estaba feliz.
¿Ahora qué pensamientos son esos que hacen que tú desees marchar para el bosque?”
El Príncipe replicó:
“Te lo ruego, escúchame ,¡Oh, Rey religioso!
Si yo reinara sobre el reino como tu mandas,
Aunque yo estuviera contigo naturalmente en esta vida durante cierto tiempo,
Nosotros, padre e hijo, nunca más nos encontraríamos en nuestras vidas venideras.
¡Qué vergonzoso sería, que yo estuviera, y que en vez de beneficiarte, te hiciera daño!
Es seguro, que renunciado a este poderoso reino yo realizaré el Sendero de la Liberación,
Y entonces en todas las vidas futuras alegremente nos encontraremos de nuevo.
Por lo tanto, te imploro que me des esta oportunidad”
Entonces la madre se lamentó:
“¿De qué sirve? Aunque es mucho lo que lo siento, su karma tiene un peso aún mayor.
Bien. Manda este joven a practicar la religión donde quiera que pueda ir.
Yo ruego para que pronto podamos estar juntos para siempre.”

El Príncipe, en cuanto amaneció, se fue al bosque con los yoguis y, encontrando a Avadhuti, practicaron el ascetismo, y aprendieron todo el Dharma del Camino del Medio (Madhyamarga) sin apego. Desde la edad de doce años hasta los veinte, él practicó el ascetismo con Avadhuti escuchando, pensando, y meditando sobre una estera. Esto hizo que este Santo de gran compasión realizara cientos de diversas austeridades. Renunciando a su poderoso reino, como quien renuncia a una gota de saliva, él alcanzó la completa liberación.
Puesto que no existe ningún rival para tus logros, yo he encontrado en ti al más excelente maestro de religión. Yo, Dromtömpa, postrando mi cabeza, te rendiré humildemente homenaje hasta el fin del samsara. Te lo ruego, Oh Gran Compasivo, que olvides cualquier exageración o perversión de la verdad que pueda haber en este libro.

De esta forma finaliza el resumen, seleccionado del océano de los hechos de mi gurú, exponiendo las acciones virtuosas realizadas mientras alcanzaba la liberación a través de la renuncia a su reino.


Trad. al castellano por el ignorante y falto de devoción upasaka Losang Gyatso.

















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